En el mundo empresarial, los momentos de alta presión no son excepciones; son parte natural del crecimiento. Lo he vivido en aperturas, temporadas de alta demanda, lanzamientos complejos y procesos internos que requieren máxima concentración. Cuando el ritmo aumenta, no basta con tener sistemas eficientes o estrategias bien diseñadas. Lo que realmente sostiene el rendimiento es la fortaleza emocional del equipo. Por eso, a lo largo de mi trayectoria, he desarrollado una convicción: en momentos críticos, el liderazgo emocional es tan importante como la planificación operativa.
El primer paso es comprender que, ante la presión, el equipo busca claridad antes que velocidad. Cuando las circunstancias se vuelven exigentes, es fundamental transmitir un norte concreto. Explicar el contexto, delimitar prioridades y marcar aquello que es innegociable reduce la ansiedad y elimina la sensación de caos. He visto cómo un equipo tenso se transforma cuando comprende exactamente qué se espera de él y por qué. La claridad, aunque parezca simple, es una herramienta emocional poderosa que permite operar con foco incluso en escenarios retadores.
En medio de esa precisión, nunca dejo de conectar a las personas con el propósito. Cuando la exigencia aumenta, la tendencia natural es enfocarse únicamente en la tarea, pero yo procuro recordarles que nuestro trabajo impacta la vida de miles de familias. En Avanti y en Frigilux no solo vendemos productos; construimos experiencias. Esa visión eleva la motivación y convierte la presión en compromiso. Como suelo decir: “Un equipo motivado por propósito no se agota: se inspira.” Esa perspectiva cambia la forma en que se enfrentan los desafíos diarios.
Liderar emocionalmente implica también regular mis propias emociones. Un líder no puede pedir calma si él mismo transmite tensión. Antes de reuniones complejas o decisiones críticas, tomo unos segundos para ordenar mis ideas, respirar y asegurarme de responder desde la lógica, no desde la reactividad. La energía del líder siempre se refleja en la dinámica del grupo.
Asimismo, durante los picos de trabajo, escucho más de lo habitual. La presión puede hacer que los líderes hablen en exceso, pero yo prefiero detenerme, observar y preguntar. Escuchar me permite identificar bloqueos reales que podrían ralentizar la operación: dudas, falta de información, agotamiento emocional, o procesos que no están funcionando como deberían. Pero, más allá de lo técnico, escuchar transmite acompañamiento. La gente rinde mejor cuando no siente que está librando la batalla sola.
En esos períodos intensos suelo implementar pequeñas acciones que sostienen sin interrumpir el flujo operativo. A veces basta con una reunión breve al inicio del día, un espacio para compartir logros concretos o una pausa sincronizada para reorganizar prioridades. Estos momentos, aunque pequeños, tienen la capacidad de cohesionar al equipo y mantenerlo enfocado.
También creo firmemente en la importancia de ofrecer retroalimentación inmediata, pero cuidando siempre la motivación de la persona. En situaciones de alta presión, los errores pueden sentirse más grandes de lo que son. Por eso procuro ser preciso, hablar desde el impacto y no desde la culpa, y explicar exactamente qué debe ajustarse. La meta no es señalar fallas, sino evitar que una pequeña desviación crezca.
Una vez que se supera el momento crítico, el trabajo no termina ahí. Cerrar el ciclo es parte del proceso, agradecer, compartir aprendizajes, reconocer logros y revisar lo que puede mejorarse. Cada pico de presión deja enseñanzas que fortalecen la cultura organizacional. Como siempre repito: “Los equipos no solo superan retos: se transforman con ellos.” Esa transformación es lo que sostiene el crecimiento en el largo plazo.
Mi experiencia al frente de Galería Avanti y Frigilux me ha demostrado que la presión no es un enemigo, sino un catalizador. Cuando el liderazgo emocional está presente, esos momentos aceleran la cohesión, la innovación y el crecimiento interno. Un equipo emocionalmente sostenido es más ágil, y más capaz de enfrentar cualquier escenario.
Liderar emocionalmente no significa suavizar las exigencias, sino acompañar al equipo para que pueda enfrentarlas con claridad, propósito y estabilidad. Cuando eso sucede, no solo se cumplen objetivos: se fortalece la cultura, se eleva la confianza colectiva y se construyen organizaciones capaces de avanzar incluso en los momentos más exigentes.